La desinformación ha logrado que mucha gente dude o desconfíe de las vacunas, dando crédito a mitos sin fundamento, más que a la información científica producto de miles de estudios realizados desde hace décadas. En esta Semana de la Inmunización, la viróloga de la UBA Lucía Cavallaro, nos ayuda a desmitificar.

 

Mito – Las vacunas causan autismo

Hechos – No existen evidencias científicas que indiquen relación entre vacuna alguna y el autismo.

Este es uno de los mitos más grandes de los que se agarran los movimientos anti vacunas, y están basados en un estudio de 1998 que miles de científicos probaron que fue erróneo, e incluso su autor fue acusado de falsificación de datos, y hasta perdió la licencia para ejercer la medicina.

Es decir, el mito se basa en un único estudio, que fue desmentido por miles de científicos, y cuyo autor fue desacreditado por falsificar datos a favor de sus hipótesis. Se trata de Andrew Wakefield, quien publicó un estudio en la revista de medicina The Lancet en el que hablaba de una relación entre la vacuna triple y el autismo.

Sin embargo, muchos otros estudios científicos no pudieron corroborar los datos de Wakefield, ni descubrieron lo mismo que él. En 2002, por ejemplo, uno de esos estudios, en 537 mil niños de Dinamarca, no pudo encontrar vínculo alguno entre la vacuna triple y el autismo.

En 2004 se descubrió que Wakefield había recibido fondos para encontrar evidencias en contra de la vacuna triple. Pocos años después se descubrió también que Wakefield había fraguado sus resultados, y había mentido a sus pacientes, por lo que se le quitó la licencia médica.

Mito – No vacunarme sólo me afecta a mí

Hecho: Esto no es cierto, ya que las enfermedades infecciosas afectan a la comunidad como un todo. Cada persona que elige no vacunarse pone en riesgo a su comunidad. La inmunización debe encararse desde la comunidad, para poder lograr el llamado “efecto rebaño”. La inmunidad de rebaño o comunitaria implica que un alto porcentaje de la población es inmune a cierto agente infeccioso, gracias a la vacuna. Esto genera que el agente, en este caso, el virus,  no se transmita a otros individuos susceptibles y puede interrumpirse la cadena de transmisión.

Así es que si la gente deja de vacunarse o no vacuna a sus hijos porque cierto virus o bacteria ha dejado  de circular, es un error, ya que dejó de circular porque hay mucha gente vacunada. A medida que aumente el número de individuos sin protección por falta de vacunación, el agente infeccioso podrá volver a circular en una población.

Mito – Las vacunas causan la enfermedad que tratan de prevenir.

Hecho – Las vacunas no pueden causar la enfermedad, porque muchas de las vacunas no tienen virus infectivo y solo las vacunas atenuadas, consisten en virus que han perdido la capacidad de producir enfermedad por modificaciones que aseguran la bajísima probabilidad de que puedan revertir al fenotipo virulento. Actualmente, ninguna de las vacunas disponibles para COVID 19, se basa en el uso de virus viable o infectivo. Por lo tanto, no hay manera de que una vacuna pueda reproducir la enfermedad ocasionada por la infección del virus en el individuo.

A las vacunas se las conoce como inmunizantes o inmunizaciones porque trabajan estimulando el sistema inmune que detecta un agente extraño y es capaz de montar una respuesta inmune específica dirigida al patógeno. Esta respuesta consiste en la inducción de una respuesta inmune humoral (anticuerpos específicos) y respuesta inmune celular (elimina células infectadas en el organismo) y permiten el control y/o eliminación del organismo o su contención para evitar que produzca enfermedad. Estar vacunados nos protege frente al agente infeccioso para el cual hemos recibido la vacuna.

Las vacunas,  disparan respuestas naturales que mimetizan en parte lo que ocurre cuando un individuo se infecta con un virus. El virus inactivado o algún componente del virus  en las vacunas son esenciales para que al igual que cuando se infecta naturalmente, pedacitos de una proteína del virus o de varias proteínas puedan ser mostradas al sistema inmune y en respuesta se produzcan los anticuerpos protectores. Este proceso de producir anticuerpos y células inmunes puede producir algo de fiebre y decaimiento, propias del proceso de respuesta,  que, nada tienen que ver con la enfermedad.

Mito – Nunca fue probada la efectividad de las vacunas

Hecho – Desde hace décadas, millones de vidas se han salvado gracias a la vacunación. Es un hecho comprobado por miles de estudios científicos y socialmente.

El sarampión, por ejemplo mataba a decenas de millones de personas. Las campañas de vacunación comenzaron en 1968, y desde entonces el número de infecciones y de muertes por sarampión descendió bruscamente,  hasta casi haber erradicado la enfermedad a principios de los 2000.

El control de la circulación de sarampión requiere un alto porcentaje de inmunidad colectiva o de rebaño, cuando esos niveles de vacunación bajan por falta de políticas adecuadas de vacunación, por movimientos antivacunas, se alcanza una situación epidemiológica con un número de individuos no protegidos suficientes como para que el virus vuelva a circular. Ejemplo de estas situaciones, ha sido el resurgimiento de casos de sarampión en Europa, EEUU.

Mito – Las vacunas no valen el riesgo

Hecho – A pesar de las preocupaciones, niños y adultos vienen siendo vacunados desde hace décadas, y no existe ningún estudio creíble y aceptado por la comunidad científica, que vincule a las vacunas con algún problema de salud a largo plazo.

Los efectos secundarios que puedan generar algunas vacunas, son extremadamente  raros y muy bajos los riesgos, siendo  superado ampliamente por el riesgo de morir de la enfermedad que la vacuna previene.

Respuestas elaboradas con la revisión de la viróloga de la UBA Lucía Cavallaro, profesora titular de la Cátedra de Virología de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA, y también presidenta de la Sociedad Argentina de Virología; y el inmunólogo Emilio Malchiodi, investigador UBA/Conicet y profesor titular de Inmunología en la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires.

 

Fuente: uba.ar